Por Borja Vilaseca

El sistema educativo vigente se diseñó en la era industrial y está en decadencia. Muchos profesores están quemados y reconocen haber perdido la ilusión por enseñar. Y la mayoría de jóvenes vive la escuela como un mero trámite burocrático, carente de motivación y sentido. De ahí que muchos se sientan perdidos y padezcan la llamada “crisis de la adolescencia”.

 paula-y-cristina-ruiz

Paula y Cristina Ruiz Fernández Rañada. 14 años. Hermanas mellizas e inseparables amigas. Estudian 3º de ESO. Les gusta ir al colegio, principalmente para relacionarse con sus amigos.

“Muchos adultos parecen haberse olvidado de que también han sido niños”
“Tenemos una edad curiosa: no somos tan pequeñas como para depender todo el día de nuestros padres, ni tan mayores como para poder hacer lo que queramos. Estamos justo en medio. Y de eso se aprovechan los adultos. Por un lado, nos dicen que ya somos mayorcitas para volver del cole solas, pero muy niñas para salir de fiesta. Los adultos utilizan la excusa de la edad en función de sus intereses. Creen que siempre tienen la razón. Y que saben lo que necesitamos mejor que nosotras. Parece que hemos de hacer lo que ellos nos dicen. Da un poco de rabia, la verdad. Ahora mismo, nos recuerdan muy a menudo que nuestra única obligación es ir a la escuela, portarnos bien, estudiar y sacar buenas notas… Al empezar con la ESO queríamos que nos pusiesen deberes y exámenes porque nos hacía sentir mayores. Pero enseguida dejó de hacernos ilusión. Cada año que pasa sentimos que nos cuesta un poco más concentrarnos. Todo nos da un poco más de pereza. Pero seguimos estudiando porque nuestra obligación es pasar de curso. Nos da vergüenza suspender. Nos hace sentir tontas y nos juzgamos a nosotras mismas por haberlo hecho mal. En el colegio tocamos muchos temas interesantes y aprendemos muchas cosas. Pero a veces nos preguntamos ¿de qué nos sirve saber lo que es una raíz cuadrada? ¿Acaso no se ha inventado la calculadora? La infancia y la adolescencia es una época para soñar. Para descubrir lo que queremos hacer con nuestra vida. Y en esto, el colegio a veces nos ayuda y a veces es un obstáculo. Nos parece muy importante que al convertirte en adulto no te olvides de cómo pensabas cuando eras niño. Así no harás con ellos lo que te molestaba que te hicieran cuando eras niño.”

elena-noelle

Elena Noëlle. 17 años. Estudia 2º de bachillerato. Si las notas se lo permiten, le gustaría licenciarse en Derecho. Entre otras cosas, siente que ha venido al mundo para transformar de raíz el sistema educativo.

“Siento que me obligan a memorizar cosas que no sirven para nada”
“Recuerdo la época de parvulario y primaria muy humana y familiar. Aprendíamos jugando. A partir de la ESO comenzó la exigencia. Desde ahí, mi estabilidad emocional comenzó a centrarse en las notas. Al entrar en bachillerato parece como si nuestro valor como personas se midiera con la puntuación que sacamos en los exámenes. Desde muy pequeños nos inculcan que lo importante es memorizar, retener y repetir como loros lo que sea. Que la finalidad última del cole es que saquemos buenas notas. Y que éstas definen nuestra inteligencia y nuestras capacidades. Nos hacen aprender cosas que no nos aportan ni nos interesan. Y encima nos presionan cada vez más. Ir a la escuela es algo muy frustrante. A mí me ha generado mucho estrés y ansiedad. El colegio no me ha enseñado nada útil para afrontar los problemas de la vida. Más bien ha sido la causa de muchos de ellos. Para mí se reduce a gente desmotivada que explica información inútil a gente que no le interesa. Últimamente nos hablan mucho acerca del trastorno por déficit de atención con hiperactividad (el TDAH), así como de las pastillas que en teoría lo curan: Concerta, Ritalín, Rubifén… ¡Madre mía! ¡Es increíble! ¡Para no aceptar que el sistema educativo está enfermo, nos hacen creer que los enfermos somos nosotros! Y mientras las farmacéuticas se forran. La falta de interés de los alumnos se debe a lo profundamente aburridas que son las clases. Y no es tanto por la actitud de los profes, sino por lo que el sistema escolar les obliga a enseñarnos. Somos seres humanos, no máquinas capaces de acumular bases de datos e información.”

guillem-sanchez

Guillem Sánchez. 16 años. Estudia 4º de ESO. De mayor quiere ser veterinario. Tiene la sensación de que los profesores no tienen interés por enseñar y los alumnos no tienen motivación por aprender.

“No nos enseñan a pensar por nosotros mismos; nos dan respuestas prefabricadas”
“Me acuerdo que al comenzar el primer trimestre de 1º de ESO, nos juntamos un grupo de chicos y chicas que no nos conocíamos de nada. Al principio todos nos portábamos bien y tratábamos de sacar buenas notas. A partir del segundo trimestre, la gente vio que podía aprobar sin hacer demasiado esfuerzo, y poco a poco la clase se fue relajando. Y al ir cogiendo confianza con los profesores, muchos empezaron a hacer el tonto. Y esto se ha venido repitiendo desde entonces. En un grupo de 30 chavales, si cinco no quieren aprender y otros tantos tratan de boicotear al profesor, dificulta mucho que el resto podamos aprender por la dinámica que se crea en clase. Los profesores empiezan el primer trimestre contentos; el segundo, se frustran y el tercero van a clase con resignación. Además, los mayores de 60 años son bastante cínicos; se les nota mucho que están contando los días que faltan para su jubilación. Pero no los juzgo. Los comprendo perfectamente. Saben que muy poco alumnos están verdaderamente interesados en escuchar y aprender. Muchas veces siento que estoy perdiendo el tiempo. Me siento impotente. Por otro lado, me doy cuenta de que la mayoría de profesores se limitan a darnos las respuestas de los diferentes temas que tratamos. Y nos evalúan en base a nuestra capacidad para repetir esa misma definición en el examen. Se valora más repetir lo que dice el profesor que tu capacidad para pensar por ti mismo. Si pones algo que has pensado por tu cuenta, te bajan la nota. Tener ideas propias está penalizado. No entiendo como esperan que avancemos y evolucionemos como personas.”

Se cuenta que un grupo de científicos encerró a cinco monos en una jaula, en cuyo centro colocaron una escalera y, sobre ella, un montón de plátanos. Desde el primer día, cuando uno de los monos subía por la escalera para coger los plátanos, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los que se quedaban en el suelo. A base de repetir esta práctica, los monos aprendieron las consecuencias de que uno de ellos subiera por la escalera. Cuando algún mono caía nuevamente en la tentación de ir a coger los plátanos, el resto se lo empezó a impedir de forma violenta.

Así fue como los cinco monos cesaron en su intento de subir por la escalera. Entonces, los científicos sustituyeron a uno de los monos originales por otro nuevo. Movido por su instinto, lo primero que hizo el mono novato fue ir a por los plátanos. Pero antes de que pudiera cogerlos, sus compañeros de jaula lo agarraron y golpearon agresivamente, evitando así ser rociados con un nuevo chorro de agua fría. Después de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo nunca más volvió a subir por la escalera. Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo exactamente lo mismo. Los científicos observaron que su predecesor participaba con especial entusiasmo en las palizas que se le daban al nuevo.

Con el tiempo, el resto de monos originales fueron siendo cambiados por otros nuevos, cada uno de los cuales fue brutalmente golpeado por los demás al tratar de subir por la escalera. De esta forma, los científicos se quedaron con un grupo de cinco monos que, a pesar de no haber recibido nunca un chorro de agua fría, continuaban golpeando a aquél que intentara llegar hasta los plátanos. Finalmente, todos ellos se quedaron en el suelo resignados, mirando a los plátanos en silencio. Si hubiera sido posible preguntar a alguno de ellos por qué pegaban con tanto ímpetu al que subía a por la escalera, seguramente la respuesta hubiera sido: “No lo sé. Aquí las cosas siempre se han hecho así.”

No se sabe si se trata de un hecho real o de una leyenda. Tampoco importa demasiado. Se trata de una metáfora válida para reflexionar acerca de la influencia que tiene la sociedad sobre los individuos y viceversa. Al haber sido educados para seguir un determinado estilo de vida, la mayoría hemos adoptado una determinada manera de pensar, de comportarnos y de relacionarnos. Por más que solamos definir esta mentalidad como “normal y corriente”, suele generar resultados de lucha, conflicto e insatisfacción.

Con el paso de los años y de forma inconsciente, cada uno de nosotros va creando una identidad personal con creencias de segunda mano, tratando de adaptarnos al orden social establecido, más conocido como statu quo. Prueba de ello es el hecho de que quienes nacemos en un determinado país (o comunidad) solemos utilizar un determinado idioma, defender una determinada cultura, estar afiliados a un determinado partido político, seguir una determinada religión e incluso apoyar a un determinado equipo de fútbol. El quid de la cuestión radica en que en general no elegimos nuestras creencias (que condicionan nuestra forma de comprender la vida), nuestros valores (que influyen en nuestra toma de decisiones), nuestras prioridades (que reflejan lo que consideramos más importante) y nuestras aspiraciones, que marcan aquello que deseamos conseguir.

Formamos parte de una sociedad que nos condiciona para convertirnos en empleados, contribuyentes y consumidores, perpetuando así el funcionamiento económico del sistema. Lejos de victimizarnos y de buscar culpables por los efectos que entre todos estamos cosechando, es hora de reflexionar acerca de una de sus verdaderas causas: el modelo educativo. Y es que es imposible resolver los problemas socioeconómicos actuales desde el mismo nivel de comprensión en el que los creamos. Ha llegado el momento de escuchar las voces de chavales como Paula, Cristina, Elena y Guillem. Ellos saben algo que nosotros, los adultos, parecemos haber olvidado.

alicia-alujas

Alicia Alujas. 17 años. Estudia 1º de bachillerato. Probablemente se decante por la Odontología, aunque sabe que no es lo que verdaderamente quiere hacer con su vida. Se siente presionada y angustiada por los constantes trabajos y exámenes que tiene que realizar.

“Lo importante no son las notas, sino descubrir qué quieres hacer con tu vida”
“No sé cómo debe ser cuando trabajas, pero como estudiante me he pasado el último año muy estresada. No he faltado nunca a clase. He puesto interés en el estudio. Y he dedicado muchas horas cada semana para cumplir con las tareas y los deberes obligatorios que nos pone cada profesor. No he tenido mucho tiempo libre. Sin embargo, con respecto a otros años, mis notas no han dejado de bajar. Me siento decepcionada conmigo misma. Y no soy la única. En mi clase hay asignaturas que no las ha aprobado casi nadie… Cuando les decimos a los profesores que vamos muy agobiados, se justifican diciendo que nos están preparando para la Selectividad. Se creen que cuanto más nos exijan y nos aprieten, mejor preparados estaremos. Pero con tanto examen y entrega de trabajos, muchos hemos terminado saturados. Intento verle la parte positiva, pero me cuesta encontrarla. Al estudiar de memoria, a veces me he bloqueado y me he quedado en blanco, sin saber qué responder. También siento que el cole nos mete miedo. Pienso en mi futuro y me siento muy insegura. Me digo a mí misma que haré Odontología para sentirme un poco más tranquila. Pero en realidad no sé lo que quiero hacer cuando sea mayor. Estoy dejando de tomarme la escuela tan en serio. Ahora lo veo como un trámite por el que tengo que pasar. Llevo meses dedicando más tiempo y espacio para reflexionar y conocerme mejor. Me he dado cuenta de que el mayor aprendizaje consiste en descubrir nuestro propio camino en la vida. Y esto es algo que es imposible de reflejar con una nota. A pesar del colegio, tengo la intuición de que acabaré encontrándolo por mí misma.”

victor-guillen

Víctor Guillén. 20 años. Estudia Hostelería. Recuerda haberse sentido muy vacío, lo que le llevó a vivir por y para la fiesta. Desde hace tiempo siente que ha tomado las riendas de su vida. Le gustaría ser chef.

“El alcohol, la fiesta y las drogas son el consuelo de quienes se sienten perdidos”
“Para mí, la adolescencia es una etapa donde uno tiene conflictos con todo el mundo. Primero, con los adolescentes de tu colegio, discutiendo por un lugar en la escala de poder existente dentro de la jerarquía del instituto. También conflicto con los padres. En mi caso, tras la separación, me aferré a la compañía de mi grupo de amigos, con quienes buscaba pasármelo bien por medio de la fiesta, el alcohol y otras drogas. Cada vez es más fácil que los adolescentes se droguen. Y que lo hagan antes y con más frecuencia. Por mi experiencia, uno consume para integrarse en el grupo. Se empieza fumando cigarrillos durante el recreo. Luego ya pasas al porro y al botellón los fines de semana. Así hasta que el afán de diversión y evasión se convierte en tu rutina. En casa empiezan a sospechar y te quitan la paga semanal. Pero te espabilas para poder seguir saliendo de fiesta con los colegas. De pronto, lo único que te importa es que llegue el viernes. Todo lo demás ha dejado de tener sentido. Entras en una rueda en la que cada vez necesitas consumir más para escapar del dolor, de la insatisfacción, del vacío… Empiezas a tener mala cara. A descuidar seriamente la salud. Tanto consumo te está consumiendo. Un día ya no puedes más. Dejas de engañarte. Te comprometes contigo mismo. Con resolver el mayor conflicto de tu vida: el que está dentro de ti. Así lo he vivido yo. Jamás le vi sentido a lo que nos obligaban a estudiar en el colegio. Pero ahora tampoco se lo veo a escapar, a huir, a refugiarme en la desinhibición constante. He necesitado pasar por esta etapa oscura de mi vida para conocerme mejor. Ahora ya sé hacia donde quiero ir. Me siento cada vez con más confianza y seguridad. Me he reencontrado conmigo mismo.”

 judith-subirats

Judith Subirats. 17 años. Estudia 2º de bachillerato. Hace un año se levantaba cada día triste porque no se sentía bien consigo misma. No sabe que quiere hacer de mayor. Ahora su objetivo es aprender a ser feliz.

“He decidido que no voy a seguir malgastando mi vida tratando de agradar a los demás”
“Recuerdo que a los 11 años quería tener amigas, pero sentía mucho miedo al rechazo y el abandono. Por eso me aislaba de los demás. A partir de los 13 empecé a crear una cierta imagen social, creyendo que así podría caer bien a mis compañeros. Sin embargo, con el tiempo empecé a sentirme muy sola. No sabía como liberarme de la necesidad de ser aceptada y querida por la gente que me rodeaba. A los 15 años me obsesioné con la estética y la superficialidad. Fue una época de comparaciones. Empecé a ir con personas que consideraba inferiores para sentirme más importante. Sin embargo, me seguía sintiendo triste. Y no encontraba nadie con quien compartir mi sufrimiento. Me lo tragaba. Empecé a sacar malas notas y al llegar a casa por las tardes, el dolor me salía en forma de agresividad hacia mis padres y mis hermanos. Me sentía perdida en un túnel sin salida. Toqué fondo con 16 años. Mis padres se divorciaron y no me quedó más remedio que apoyarme en mí misma. Al llegar el verano y terminar el cole, sentí un inmenso alivio. Dejé de sentir la presión por tener que agradar a los demás. Empecé a descubrir quién realmente era y eso me hizo sentir más equilibrada. El sufrimiento me ha llevado a querer cambiar. A conocerme, comprenderme y aceptarme tal como soy. He recuperado la ilusión por vivir. He aprendido que no hay mayor victoria que perder el miedo a ser uno mismo, más allá de lo que otros piensen de ti. Mi autoestima solo depende de la manera en la que yo me veo. Las etiquetas no te las pone la sociedad, sino tú mismo. Yo he sido mi peor enemiga. Ahora me miro en el espejo y me sonrío. Sé que si aprendo a estar a gusto conmigo misma, todo lo demás irá bien.”

Estamos inmersos en un cambio de era, pasando de la sociedad industrial –basada en la producción masiva de bienes de consumo– a la emergente sociedad de la información y del conocimiento, en el que el motor son las ideas, la creatividad y la innovación de servicios que mejoren nuestra calidad de vida. Debido al imparable proceso de globalización, las reglas de juego están cambiando. Estudiar mucho, sacar buenas notas y obtener un título ya no es suficiente para encontrar un trabajo bien remunerado y estable. Es hora de ofrecer talento y de aportar valor añadido. Todo lo demás está condenado a deslocalizarse a economías como China, o a digitalizarse por medio de los últimos avances tecnológicos.

A pesar de todos estos cambios, el sistema educativo parece haberse estancado en la era industrial en la que fue diseñado. “La mayoría de centros de enseñanza secundaria tienen muchos paralelismos con las fábricas y las cadenas de montaje”, afirma Sir Ken Robinson, experto mundial en creatividad y desarrollo del potencial humano. “Las escuelas dividen el plan de estudios en segmentos especializados: algunos profesores instalan matemáticas en los estudiantes, y otros instalan historia”, explica este experto.

Y no sólo eso. “Los institutos organizan el día entre unidades estándares de tiempo delimitadas por el sonido de los timbres: muy parecido al anuncio del principio de la jornada laboral y del final de los descansos de una fábrica”. En este contexto, “a los estudiantes se los educa por grupos, según la edad, como si lo más importante que tuviesen en común fuese su fecha de fabricación”, apunta Robinson. Y añade: “Se les obliga a memorizar y retener una determinada cantidad de información, sometiéndoles a exámenes estandarizados y comparándolos entre sí antes de mandarlos al mercado laboral.”

Más allá de que esta fórmula pedagógica permita que los estudiantes aprendan a leer, escribir y hacer cálculos matemáticos, las investigaciones de Robinson demuestran que, en general, “la escuela desalienta el aprendizaje y fomenta el conformismo y el aburrimiento”. Y lo peor de todo: “Mata la creatividad”. A juicio de este experto, “los niños arriesgan, improvisan y no tiene miedo de equivocarse”. No es que equivocarse sea equivalente a ser creativo, pero “si no estás dispuesto a equivocarte, no puedes innovar”, añade. Y dado que “lo adultos penalizamos el error, los niños terminan por alejarse de sus capacidades creativas”.

Para Robinson, “todos los niños nacen con unas extraordinarias fortalezas y habilidades innatas”. Sin embargo, a lo largo del proceso educativo, “la mayoría pierde la conexión con estas facultades”. Principalmente “para ser iguales que los demás, adoptando el comportamiento que los adultos, ya prefabricados, consideramos normal y aceptable”. Así, no importa cuál sea el verdadero talento natural de los jóvenes. Ni siquiera qué es lo que les gusta y les apasiona. “Desde la óptica de la educación contemporánea, lo importante es que escojan una carrera con salidas profesionales para optar a un puesto de trabajo bien remunerado, seguro y estable”, lamenta Robinson. De ahí que chavales inteligentes, sensibles y curiosos como Alicia, Víctor y Judith opten por rebelarse, buscando fuentes alternativas de información con las que aprender a seguir su propio camino en la vida.

aicha-el-mhassani

Aisha El Mhassani. 19 años. Estudia Educación Social. Considera que la verdadera educación es la que desarrolla y potencia la dimensión emocional.

“Algún día los colegios adentrarán a los alumnos en el camino del autoconocimiento”
“Tanto en la ESO como en bachillerato jamás trabajamos el mundo emocional. De hecho, se asocia con tener algún problema psicológico. De ahí que esté tan reprimido todo lo relacionado con las emociones. Parece que sentir está mal visto. Sólo se trabaja el hemisferio izquierdo del cerebro, nuestra parte racional. Lo sé por experiencia. Fui la empollona de la clase. Quería llegar a la perfección escolar. No tenía vida social. Había asociado mi autoestima y mi valor como persona con mis notas. Sacar un siete era una derrota. Sin embargo, al final la presión, la autoexigencia y la tensión me llevaron a un padecer un colapso. Estaba tan cansada físicamente y agotada mentalmente que ni siquiera podía dormir. Entré en crisis y empecé a suspender. Tras una época de transición, le cogí manía al cole y a mi clase… Afortunadamente, apareció una profesora de Historia del Arte que amaba profundamente lo que hacía. A diferencia de otros profesores, se la veía contenta y motivada. Antes de comenzar la clase, dedicaba tiempo y espacio para escucharnos, preguntándonos qué necesitábamos para afrontar emocionalmente las exigencias académicas. Fue la primera vez que alguien se interesó verdaderamente por mí, por lo que sucedía en mi mundo interior. A su lado reconecté con las emociones y sentimientos que había dejado de lado para sacar buenas notas. Descubrí la literatura, la música y la pintura. Empecé a expresar lo que sentía a través del arte. Y esto me salvó. Al igual que aquella profesora hizo conmigo, mi sueño es poder acompañar a otros jóvenes, haciéndoles de espejo para que vean reflejada la mejor versión de sí mismos.”

 iael-piera

Iahel Piera. 14 años. Estudia 3º de ESO. Quiere ser empresario. Inspirado por el ejemplo de sus padres, desde muy pequeño le interesa el autoconocimiento y el crecimiento personal.

“¿De qué te sirve sacar excelentes si no te conoces a ti mismo?”
“En el colegio nos enseñan a ser obedientes, correctos y educados. Nos premian cuando nos portamos bien y nos castigan cuando nos portamos mal. Curiosamente, son siempre los adultos quienes determinan lo que está bien y lo que está mal. En el cole también nos preparan para tener un trabajo, de manera que sepamos adaptarnos al sistema. Pero yo me doy cuenta de que el mundo está mal hecho. ¡Está todo patas arriba! Entre tantas cosas materiales nos hemos olvidado de lo más importante, de lo esencial. La gente no es feliz. Parece que mi única aspiración sea conseguir un empleo y pasarme el resto de la vida consumiendo. Yo no quiero esta vida. Yo no quiero adaptarme a un mundo enfermo. Me doy cuenta de que el cole es parte del problema. No nos dan herramientas para utilizarlas cuando tenemos problemas, para saber superar obstáculos. No nos ayudan a conocer nuestros talentos. Ni a descubrir lo que nos gusta y nos apasiona, aquello para lo que valemos. No nos enseñan a ser felices de verdad. Me siento muy afortunado por los padres que tengo y la educación que estoy recibiendo. Mis padres siempre me han dicho que cada ser humano viene al mundo con un potencial único, y que nuestra misión es descubrirlo y desarrollarlo. Me han ayudado mucho a creer en mí mismo, a ser responsable de las consecuencias que tienen mis decisiones. Yo quiero conocerme y saber para qué he venido a este mundo. Así podré escoger bien la carrera y trabajar en algo que no suponga una obligación para mí, sino una forma de vida que me haga feliz. Tengo muchas ganas de ser más mayor para hacer algo extraordinario.”

 lia-ribas

Lia Ribas, de 14 años. Estudia 3º de ESO. Quiere ser periodista. Su principal referente es su madre, Lioba Pellicer, formadora y terapeuta de 37 años, que la ha criado sola.

“Mi madre me está ayudando a desarrollar todo mi potencial”
“En casa la educación emocional siempre ha estado presente. A veces no valoro la suerte que tengo porque para mí es habitual hablar de estos temas con mi madre. Ella es mi referente. La persona a la que más quiero. Le debo mi vida. Y eso que en teoría los médicos le dijeron que no podía quedarse embarazada. Curiosamente, yo nací el día de su cumpleaños. Mi madre me cuenta que tuvo una infancia y adolescencia muy complicadas. Se sentía sola y muy perdida. Yo no puedo decir lo mismo. Ella está conmigo cuando la necesito. Es una mujer muy sabia. No me dice lo que tengo que hacer, sino que me ayuda a pensar por mí misma, a ver lo que me pasa desde otro punto de vista. Entre otras cosas, me ha enseñado que la felicidad está dentro de mí. Y que para querer a alguien, primero me he de querer a mí misma. También me ha enseñado que culpar a otros o culparse a uno mismo no sirve para nada. Y que lo importante es ser responsable de las consecuencias que tienen tus decisiones y acciones. Pero bueno, también nos enfadamos de vez en cuando. A veces le cuesta no ponerme límites por miedo a que me equivoque, a que sufra. Cuando me enfado con mi madre suelo ir a mi cuarto. Y una vez se me pasa la pataleta, escribo en mi libreta por qué me he enfadado y qué tiene que ver conmigo. Haciendo esto me siento mucho mejor. Me gusta mucho escribirle cartas a mi madre explicándole lo que he aprendido. Cuando escribo me siento de maravilla. El tiempo se me pasa volando. De mayor quiero seguir escribiendo para compartir con el mundo lo bonita que es una relación entre una madre y una hija cuando está basada en el amor.”

No se trata de culpar ni de juzgar a las instituciones académicas. Y mucho menos a los profesores o a los padres. Nadie pone en duda que todos ellos lo hacen lo mejor que pueden. Es más, lidiar con adolescentes no es una tarea fácil. Requiere de mucho compromiso y valentía… Especialmente en la última década, en la que los chavales parecen estar adoptando conductas cada vez menos respetuosas y más violentas en clase. En paralelo, la cifra de fracaso escolar crece año tras año. Según un informe de la Comisión Europea, un tercio de los jóvenes españoles que hoy tienen entre 18 y 24 años abandonó en su día los estudios antes de finalizar la enseñanza secundaria. En esa misma franja de edad, el 22% ni estudia ni trabaja, según un estudio del Centro Europeo para el Desarrollo de la Formación Profesional. Es la llamada “generación ni-ni”.

Frente a estos datos, cabe señalar que el problema de fondo es el sistema educativo actual. Paradójicamente, se ha convertido en un obstáculo para promover una verdadera educación. Etimológicamente, uno de los significados de la palabra latina “educare” es “conducir de la oscuridad a la luz”. Es decir, “extraer algo que está en nuestro interior, desarrollando así nuestro potencial humano”. Sin embargo, la mayoría de nosotros no hemos sido educados, sino condicionados y adoctrinados para ver y relacionarnos con el mundo de una determinada manera. De ahí que la mayoría hayamos sufrido la denominada “crisis de la adolescencia”.

Se trata de nuestra primera gran crisis existencial. Al empezar a tener uso de razón y ser cada día más autosuficientes, al entrar en la adolescencia solemos rebelarnos contra nuestros padres, contra nuestros tutores y contra la sociedad, tratando de encontrar y de crear nuestra propia identidad. Y debido a nuestra falta de autoestima y de confianza en nosotros mismos, suele provocarnos una etapa de angustia y sufrimiento.

Eso sí, la gran mayoría de adolescentes tienen demasiado miedo a mirar en su interior para encontrar las respuestas que están buscando. De ahí que en vez de aprender a tomar las riendas de su vida emocional y profesional, se refugien en el botellón, la droga, las discotecas, los videojuegos, el sexo y las redes sociales. Irónicamente, con los años, estos adolescentes perdidos se convierten en adultos resignados. Tanto es así que una crisis de la adolescencia no resuelta suele mutar hasta convertirse en la famosa “crisis de los 40”…

Es evidente que chavales como Aisha, Iahel y Lía no son una muestra representativa de cómo piensan y se comportan la mayoría de adolescentes. Más bien son una excepción. Sin embargo, sus palabras señalan el camino al que parecen dirigirse los sistemas pedagógicos del siglo XXI. En la emergente era de la información y del conocimiento, va a democratizarse y consolidarse la denominada “educación emocional”. Es decir, la que acompaña e inspira a los jóvenes a que se conozcan a sí mismos para descubrir y desarrollar el potencial y el talento que se halla en su interior.

Cada vez se alzan más voces de indignación por el mundo que estamos construyendo. Sin embargo, para que cambie el mundo, primero ha de cambiar las creencias de los seres humanos que lo estamos creando. Nosotros diseñamos y ejecutamos los planes y objetivos de las empresas. Nosotros consumimos sus productos y utilizamos sus servicios. Y en definitiva, con nuestra manera de ganar y de gastar dinero construimos día a día la economía sobre la que hemos edificado nuestra existencia. La era industrial ha terminado. La emergente sociedad de la información y del conocimiento es una invitación para iniciar una transformación que llevamos tiempo posponiendo: reinventar nuestro sistema educativo. Y lo queramos o no ver, el mayor obstáculo para evolucionar como seres humanos y progresar como sociedad es apegarnos a nuestro actual sistema de creencias. Lo que está en juego es la libertad para decidir quiénes podemos ser.

Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado domingo 10 de junio de 2012.