Por Borja Vilaseca

Muchos queremos cambiar el mundo, modificar las cosas para dejarlas supuestamente mejor. Sin embargo, la moraleja de este cuento nos muestra que es imposible transformar la realidad si primero no nos atrevemos a cambiar por nuestra propia cuenta. El cambio, entonces, debe empezar por nosotros mismos.

Hace muchos años, en una aldea rural, vivió un niño muy sensible e inteligente que solía lamentarse por el estado en el que se encontraba el mundo. Sus padres no podían entenderlo. El pequeño solía pasarse tardes enteras llorando por la contaminación y la destrucción que estaba sufriendo el planeta. También le avergonzaba no poder hacer nada por todas las injusticias que estaban cometiéndose en los países más pobres. Y se sentía especialmente triste por las graves consecuencias que tenían la guerra y el hambre sobre la vida millones de seres humanos.

Más adelante durante su juventud empezó a protestar y a quejarse por las políticas impulsadas por el gobierno de su país. Y al cumplir la mayoría de edad, se trasladó a la ciudad más cercana de su pueblo, donde se convirtió en un destacado activista. Se pasaba los días y las noches luchando contra diversos representantes de las instituciones políticas, empresariales y religiosas con más poder. Movido por una profunda rabia e impotencia, peleaba para cambiar determinadas leyes que tanto mal causaban a los habitantes de su nación.

Frustrado por no conseguir los cambios que deseaba, al llegar a la edad adulta centró sus críticas y juicios en su mujer y sus hijos. Estaba tan preocupado de que su familia se quedara estancada en la mediocridad, que cada noche a la hora de la cena les recordaba cómo tenían que pensar y comportarse para ser dignos del apellido que llevaban. Y por más que su mujer y sus hijos trataran de acomodarse a sus expectativas, aquel hombre no consiguió nunca librarse de sus miedos e inseguridades. La suya fue sin duda una vida marcada por la lucha, el conflicto y el sufrimiento. 

Sin embargo, al cumplir ochenta años y aquejado de una enfermedad terminal, experimentó una revelación que transformó su manera de ver la vida. Tanto es así, que horas antes de fallecer dejó por escrito el epitafio que más tarde se escribiría sobre su tumba: «Cuando era niño quería cambiar el mundo. Cuando era joven quería cambiar mi país. Cuando era adulto quería cambiar a mi familia. Y ahora que soy un anciano y que estoy a punto de morir, he comprendido que si hubiera cambiado yo, habría cambiado todo lo demás».

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Cuento inspirado en una leyenda que dice que este epitafio estaba escrito sobre la tumba de un monje budista, alrededor del año 1100.