Por Borja Vilaseca
El triunfo de la industria de la autoayuda tiene mucho que ver con la pérdida progresiva de credibilidad que están padeciendo las instituciones religiosas. De hecho, la autoayuda está en camino de convertirse en la religión del siglo XXI. Eso sí, ambas tienen en común que ofrecen a sus clientes parches y alivio en forma de recetas y píldoras, a diferencia del autoconocimiento y el desarrollo espiritual, los cuales son procesos dolorosos que producen una verdadera curación.
En este contexto, cada vez hay más yonquis de la autoayuda, quienes ⎯fruto de la desesperación⎯ anhelan dar con una fórmula mágica que erradique definitivamente su sufrimiento. Tanto es así que se los conoce como «cursillistas». Es decir, individuos que empalman un curso tras otro, del mismo modo que devoran decenas de libros de desarrollo personal sin apenas dedicar tiempo para digerir, procesar y ⎯lo más importante⎯ poner en práctica dicha información.
Irónicamente, el exceso de conocimiento puede llegar a ser un obstáculo en nuestro camino hacia la transformación. Más que eruditos, lo esencial es que nos volvamos sabios. Y la sabiduría es la capacidad de obtener resultados de satisfacción de forma voluntaria, lo cual es una cuestión de práctica y entrenamiento. Y es que sabe más acerca del perdón quien ha perdonado una vez a alguien que quien ha leído ensayos y hecho seminarios sobre «aprender a perdonar» y todavía no ha perdonado. El saber de verdad no reside en el conocimiento, sino en la experiencia.
Sea como fuere, la verdadera sombra de la industria de la autoayuda es mucho más invisible y dañina. Tiene que ver con quedarse en la superficie de las cosas. Y no profundizar lo suficiente como para llegar a una auténtica transformación. A menos que realicemos un honesto trabajo interior de autoconocimiento, difícilmente reconectaremos de forma consciente con el ser esencial. Y por tanto, seguiremos identificados con el yo ilusorio y viviendo la vida desde la consciencia egoica, pervirtiendo así la espiritualidad.
A este nuevo y sofisticado disfraz se le llama «ego espiritual». Después de habernos desconectado de nuestra verdadera esencia, de haberla negado y de haberla empezado a buscar, entramos en la cuarta etapa del desarrollo espiritual: «la distorsión del ser». Y se manifiesta en todos aquellos buscadores que tras adquirir ciertos conocimientos y vivenciar ciertas experiencias nos creemos estar en posesión de la verdad absoluta. A partir de entonces, creamos inconscientemente una nueva moral espiritual, utilizando los conceptos espirituales que hemos aprendido para reafirmarnos y sentirnos superiores ante quienes consideramos que siguen «dormidos».
El ego espiritual tiene muchas caras. En algunas personas se manifiesta como «autoexigencia», la cual los lleva a obsesionarse por la perfección en este ámbito. De pronto se sienten mejores por no ver la televisión. Por haber leído El poder del ahora, de Eckhart Tolle. Por no seguir el fútbol. Y en definitiva, por haber renunciado y trascendido lo mundano… A su vez, empiezan a perturbarse porque no deberían de perturbarse. Sin embargo, tienden a juzgar a los demás en función de su nivel de consciencia. Y a tratar de reformarlos para que vivan más despiertos.
YONQUIS DE LA AUTOAYUDA
“No pasa nada si crees que es más espiritual ser vegetariano, hacer yoga o dejar de ver la televisión. Pero sentirte superior o juzgar a alguien por no hacerlo es una trampa del ego.”
(Mooji)
En otras personas el ego espiritual potencia su «orgullo», haciéndoles creer que no tienen nada más que aprender. Y que ya han llegado a la cima de la iluminación. Al mirar a los demás desde arriba, sienten pena y lástima por los menos evolucionados. De ahí que no puedan evitar darles consejos. A otros les ensalza su «vanidad», fardando y presumiendo de lo evolucionados que están. Hacen que todo el mundo se entere de que han realizado según qué retiros con según qué gurús; a poder ser en algún ashram en la India. También cogen el megáfono para resaltar que son veganos, que meditan todos los días y que van en bicicleta a todas partes. De este modo, utilizan la espiritualidad para adornar su personalidad.
El ego espiritual también provoca que en algunos buscadores se exalte el «egocentrismo», perdiéndose dentro de sí mismos y volviéndose adictos a la búsqueda. Es entonces cuando rechazan a personas mundanas y superficiales por su falta de profundidad y consciencia. Y en caso de interactuar con ellas, enseguida les hablan sobre desarrollo espiritual aunque no estén interesadas. A otros les maximiza su «racionalismo», confundiendo la sabiduría con el consumo y la acumulación de conocimiento. A su vez, también creen equivocadamente que el desapego es lo mismo que la indiferencia, la cual emplean como escudo para evitar sentir sus emociones. De hecho, utilizan la meditación para aislarse del mundo.
En otros casos, el ego espiritual acentúa su «credulidad», creyéndose todo lo que otros gurús les dicen sin haberlo verificado empíricamente. Actuar así calma su ansiedad y les hace sentir seguros frente a los misterios de la vida. También hay quienes entran a formar parte de una secta, comunidad o grupo espiritual en busca de orientación y apoyo. Y en algunos casos extremos, hay quienes se vuelven dependientes de la tutela de su gurú, llegando incluso a delegar en él su toma de decisiones. En otras personas se magnifica su necesidad de «evasión», utilizando la espiritualidad como un parche con el que tapar su dolor y sufrimiento. En este sentido, también se vuelven adictos al pensamiento positivo, evitando así afrontar sus problemas existenciales.
El ego espiritual también lleva a otras personas a la «resignación», instalándose todavía más en su zona de comodidad. Niegan cualquier noción de responsabilidad porque están convencidos de el universo les proveerá de todo aquello que necesiten sin tener que hacer nada al respecto. En última instancia, piensan que en cualquier momento les puede tocar la lotería sin tener que comprar un boleto… Estos son algunos de los disfraces con los que se viste el ego para sobrevivir y adaptarse. Y de este modo, logra que nos sigamos perturbando a nosotros mismos, solo que esta vez por cuestiones espirituales.
Si bien la autoayuda nos aporta muchas directrices y herramientas de utilidad, solamente tiene sentido como paso previo a realizar un profundo trabajo de autoconocimiento. Y es que no se trata de entender la teoría, sino de ponerla en práctica para reconectar con nuestra dimensión espiritual. Hemos de tener mucha humildad para entrar en esta industria llena de claroscuros, pero tarde o temprano hemos de tener mucha valentía para atrevernos a salir de ella, siguiendo nuestro camino libre e independientemente.
*Fragmento extraído de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”.
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