Por Borja Vilaseca
Este cuento filosófico habla de la importancia de la reinvención profesional. Si bien todos tenemos un talento concreto que podemos explotar, con el paso del tiempo podemos quedar obsoletos. De ahí la importancia de la innovación y el emprendimiento. Dedicarle paciencia y tiempo a un proyecto aunque no dé frutos inmediatos puede devenir en un gran éxito. Lo verdaderamente necesario es saber adaptarse a este mundo cambiante.
Había una vez un pequeño pueblo con un gran problema: sus habitantes no disponían de agua a menos que lloviera. Cansados de esta situación, los ancianos de la aldea decidieron contratar a algún profesional para que se encargara de suministrar agua al pueblo de manera diaria. Poco después, dos personas se ofrecieron para resolver dicho problema. Y ambas fueron seleccionadas. Los ancianos consideraron que un poco de competencia mantendría los precios bajos y garantizaría un continuado suministro de agua.
Las dos personas contratadas resultaron tener diferentes métodos. El primero se presentó a sí mismo como «cubero». Y se describió como «un empleado muy trabajador». Nada más firmar el contrato, se fue caminando hasta el lago, situado a un kilómetro del pueblo. Un rato después, regresó con dos cubos de acero llenos de agua uno en cada mano y los vació en el tanque que la aldea utilizaba para almacenar el agua captada por la lluvia.
Así fue como el cubero empezó a ganar dinero. Cada día se levantaba de madrugada. Y se pasaba ocho horas cargando los dos cubos del lago a la aldea y de esta, nuevamente al lago. A pesar de la dureza de su labor, durante las primeras semanas el cubero solía estar de muy buen humor. Pero poco a poco, su estado de ánimo fue cambiando. Principalmente porque su actividad era monótona y aburrida. Y cada vez se sentía más cansado. Aun así, siguió transportando cubos de un lado para el otro, pues si no trabajaba, el pueblo se quedaba sin agua y él, sin cobrar.
El segundo profesional se presentó a sí mismo como «constructor de tuberías». Y se describió como «un emprendedor con ideas creativas e innovadoras». Tras firmar el contrato desapareció de la aldea durante seis meses, tiempo que dedicó a montar una empresa, definir un plan de negocio y formar a un equipo de trabajadores. Una vez tuvo todo previsto, regresó al pueblo y lideró con pasión el proceso de construcción de un sistema de tuberías de acero inoxidable, conectando el pueblo con el lago.
Durante la ceremonia de inauguración, el constructor de tuberías anunció que su sistema suministraría agua a la aldea 24 horas al día, siete días a la semana, 365 días al año. Por el contrario, el cubero solo podía proporcionarles agua en días laborales, las ocho horas que duraba su jornada laboral. El resto del tiempo lo empleaba en descansar. Para sorpresa de todos, el constructor de tuberías también les informó que cobraría menos que el cubero por suministrarles un agua más limpia, más saludable y, en definitiva, de mayor calidad.
Los ancianos lo tuvieron claro. Los servicios del cubero ya no eran necesarios. Mientras, el emprendedor visitaba la aldea de vez en cuando para reunirse con los ancianos y atender cualquier incidente que pudiera surgir con su sistema de tuberías. Al comprobar el elevado grado de satisfacción de sus clientes, el constructor de tuberías decidió emplear el resto del tiempo para ofrecer sus servicios a otros pueblos de la zona que tampoco contaban con un suministro de agua permanente.
En solo unos meses vendió su sistema de agua de alta calidad y gran volumen a más de 50 aldeas. Llegó un día en que cada vez ganaba más dinero sin apenas trabajar. Por su parte, el cubero terminó encontrando un pueblo al que suministraba agua con sus dos cubos. Trabajó muy duro el resto de su vida sin llegar a resolver nunca sus problemas financieros. Frente a esta historia, la pregunta es inevitable: ¿Estamos cargando cubos o construyendo tuberías?
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Cuento extraído del libro “Padre Rico, Padre Pobre”, de Robert Kiyosaki.
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