Por Borja Vilaseca

A pesar de que nuestra existencia se ha construido sobre un sistema monetario, el sistema educativo industrial sigue sin enseñarnos nada en relación con el dinero. De ahí la importancia de cultivar la inteligencia financiera para aprender a resolver, por nosotros mismos, nuestros propios problemas económicos. 

Casi todo lo que sabemos acerca del dinero lo hemos mamado en casa. Es parte de la herencia económica de nuestros padres. En general, las creencias sobre el dinero se pasan de generación a generación por inercia, sin darnos cuenta. Del mismo modo que no elegimos nuestro equipo de fútbol, nuestra visión laboral y financiera del mundo ha sido prefabricada; viene de serie. De forma inconsciente y por medio de las neuronas espejo, los hijos comenzamos a imitar la mentalidad y el comportamiento económicos de nuestros progenitores. Principalmente porque no hemos conocido otra cosa.

En la escuela convencional esta asignatura todavía no se enseña. De ahí que imitar a nuestros padres sea una decisión tan inconsciente como biológica. Es una cuestión de supervivencia emocional. Al haber sido tan dependientes financieramente de nuestros progenitores, nos aterra enfrentarnos por nuestra cuenta al mundo real. Así, tendemos a reproducir sus actitudes y conductas económicas para sentirnos nuevamente seguros y protegidos.

Es evidente que el dinero no da la felicidad. Pero dado que nuestra vida se ha construido sobre un sistema monetario, sin dinero no podemos permitirnos el lujo de sobrevivir. Curiosamente, la mayoría de personas creemos que el dinero corrompe. De forma contradictoria, deseamos tener dinero casi tanto como lo rechazamos. A muchos nos incomoda hablar sobre este tema. Sin embargo, ¿por qué nos pasamos más de ocho horas al día trabajando? ¿Por qué esperamos cobrar la nómina cada final de mes? El dinero es muy importante para algunas cosas y no lo es para otras. Y lo cierto es que remueve y despierta -más que cualquier otra cosa- los traumas que todavía escondemos dentro. De ahí que a menos que aprendamos a manejar y gestionar el dinero, éste termina por controlarnos a nosotros.

Hoy en día, muchas de nuestras tensiones y perturbaciones emocionales están relacionadas con nuestra dimensión laboral y financiera. ¿Quién no tiene algún problema con el dinero? Nómina. Hipoteca. Trabajo. Jefe. Empresa. Gobierno. Impuestos. Seguros. Consumo. Inflación. Deuda. Intereses. Jubilación. Quiebra. Desahucio. Estas son las palabras que nos quitan el sueño por las noches y nos dificultan comenzar el día con una sonrisa.

Frente a esta situación de «neurosis económica colectiva», cabe señalar que nuestros problemas laborales y financieros no son nuestro verdadero problema. Éste reside en las creencias falsas, erróneas y limitantes que tiene nuestra mente acerca del dinero. Si hemos venido sembrando peras, habremos estado cosechando peras, no manzanas. Si queremos manzanas, no nos queda más remedio que aprender a sembrar manzanas. La fórmula es muy sencilla: si anhelamos que cambie el fruto, hemos de cambiar primero la semilla.

DE LA PAGA A LA NÓMINA
“Al dejar fuera del sistema educativo la educación financiera, las clases dominantes siguen controlando económicamente a la mayoría”
ROBERT T. KIYOSAKI

Somos 100% co-creadores y corresponsables de nuestra actual situación laboral y financiera. Si ayer no hubiéramos sido tan dependientes nuestros padres, hoy no seríamos tan esclavos de Papá Estado y Mamá Corporación. Y por qué no, también del Tío Gilito de la Banca. La verdad es que no hay nadie a quien culpar ni nada a lo que guardar rencor. De hecho, casi todos los profesores y maestros se encuentran laboralmente en el cuadrante de empleado. Y de forma normal, enseñan a sus alumnos a ver la vida desde este rol.

Todo comienza cuando empezamos a recibir la paga de Papá y Mamá. A cambio, nos pedían que nos portáramos bien, les hiciéramos caso, estudiáramos mucho y sacáramos buenas notas. Pero un buen día dejaron de dárnosla. A partir de entonces, la recibimos de Papá Estado y Mamá Corporación. Y estos nos piden exactamente lo mismo: que seamos buenos empleados y contribuyentes, les hagamos caso, trabajemos mucho y obtengamos buenos resultados. En el fondo, todo sigue prácticamente igual.

Detrás de esta situación de esclavitud económica, se esconde el miedo a la libertad. Tenemos mucho miedo de emanciparnos económicamente de las ayudas y subvenciones entregadas por el Estado, así como de los sueldos y las nóminas dadas por las empresas. Nos aterra el pensamiento de vivir y trabajar por nuestra cuenta, siendo completamente responsables de crear nuestro porvenir económico. Y no es para menos. Financieramente hablando, somos muy ignorantes. Nunca nadie nos ha enseñado cómo hacerlo.

¿A qué Estado le interesa que sus ciudadanos sean libres, autosuficientes y piensen por sí mismos? La existencia y supervivencia del Gobierno depende enteramente de que nosotros -el pueblo- le necesitemos. Cuanto más dependientes seamos, más poder seguirá ostentando sobre nosotros. Y no le importa lo mucho que protestemos y nos indignemos. A sus ojos, actuamos como niños que se pelean contra sus padres porque estos no cumplen sus necesidades, deseos y expectativas. Irónicamente, estos arrebatos infantiles refuerzan su control y autoridad.

La verdadera madurez pasa por aprender a valernos por nosotros mismos. Al madurar emocionalmente, dejamos de quejarnos y de culpar a nuestros progenitores; esencialmente porque ya no necesitamos nada de ellos. Así es como conquistamos nuestra libertad. Del mismo modo, al madurar financieramente, desarrollamos una nueva actitud frente a nuestra dimensión laboral y económica. Y por el camino aprendemos a relacionarnos con el sistema monetario de una forma mucho más libre, autónoma y responsable. El objetivo es construir un estilo de vida lo menos dependiente posible del Gobierno, las corporaciones y las entidades financieras.

Sea como fuere, el tamaño del Estado actual pone de manifiesto lo poco que hemos madurado como sociedad. No importa cuántas canas o arrugas muestre nuestro rostro; desde un punto de vista emocional muchos todavía no hemos superado la crisis de la adolescencia. Aun no hemos aprendido a hacernos cargo de nosotros mismos. Por eso necesitamos que el Gran Hermano nos cuide, nos vigile y nos proteja. Amos y esclavos dependen los unos de los otros para poder sobrevivir. Es una relación simbiótica; cada uno es responsable del 50%.

EL AUGE DE LA EDUCACIÓN FINANCIERA
“O controlas tú al dinero o éste te controla a ti”.
HARV T. ECKER

No importa cuántos programas de bienestar social impulsemos. Ni cuántos empleos poco cualificados creemos. Tampoco es cuestión de rescatar sectores industriales agonizantes. Los nuevos problemas no pueden resolverse con soluciones viejas. El dinero por sí mismo no pone remedio a los conflictos financieros; por eso dar monedas a los pobres no acaba con sus dificultades. En muchos casos, regalarles dinero sólo prolonga su situación de pobreza, provocando que haya más gente pobre.[i]

El paternalismo de la Era Industrial está mutando hacia la responsabilidad personal, propia de la Era del Conocimiento. Dar pescado ya no funciona. Es hora de recuperar el verdadero significado de la palabra «solidaridad». Etimológicamente, procede del latín «solidas», que quiere decir «sólido», «compacto», «entero». ¿Qué solidez económica genera vivir en un estado de completa dependencia financiera? Ninguna. La verdadera solidaridad reside en promover, de alguna u otra forma, la igualdad de oportunidades entre los ciudadanos.

Así, el nuevo reto consiste en que -como adultos- aprendamos a pescar. Sólo así algún día podremos enseñar a las nuevas generaciones a obtener peces por sí mismas. Nuevamente, la educación es parte del problema y también de la solución. Nuestras ideas se expresan y manifiestan por medio del lenguaje. Tomamos decisiones en función del tipo de información que manejamos. De ahí la importancia de crecer en comprensión y sabiduría en todo lo relacionado con el arte de ganar y de gastar dinero. No se trata de vivir por debajo de nuestras posibilidades, sino de explorarlas y expandirlas.

Contrariamente a lo que se piensa, el dinero no enriquece. Lo que de verdad nos enriquece es la información, el conocimiento y la sabiduría. Es decir, saber cómo hacer las cosas. Así, lo que sabemos constituye nuestra mayor riqueza. No es casualidad que en una época marcada por la ignorancia, la sabiduría esté democratizándose. Esta difusión masiva del saber es uno de los pilares sobre los que se asienta la Era del Conocimiento. De ahí el imparable avance de la denominada «educación financiera». Es decir, la que nos permite aprender las reglas del juego laboral y económico. Y por qué no, también sus trucos. En líneas generales, nos inspira a romper el molde de empleado con el que nuestra mente fue condicionada. Y nos abre a la posibilidad de experimentar otros roles profesionales (autoempleado, dueño de negocio e inversor), reinventando nuestra manera de ganar, de administrar y de gastar dinero.

La educación financiera nos aporta una nueva visión del dinero y del mercado laboral, gozando de más herramientas y recursos que nos permitan jugar mejor esta partida. Y da como resultado la «inteligencia financiera». Es decir, el proceso mental por medio del cual resolvemos nuestros problemas y conflictos económicos. Entre otras cuestiones, nos capacita para presupuestar nuestro dinero, aprendiendo a generar excedentes con los que ahorrar, invertir y no depender de préstamos o deudas. También nos muestra cómo ganar más y gastar menos, aprendiendo a conquistar nuestra libertad financiera.

Y esto es precisamente todo lo contrario de lo que sucede hoy en día. ¿Cuántos meses podemos mantener nuestro actual estilo de vida sin necesidad de ingresar un solo euro? La respuesta pone de manifiesto nuestro grado de inteligencia financiera. Lo cierto es que seis de cada 10 personas gastan mensualmente más de lo que ingresan.[ii] Muchos acumulan deudas insaldables y cada vez más se declaran en bancarrota.

La carencia de educación financiera en nuestras escuelas ha dado como resultado que millones de personas libres estemos dispuestas a permitir un mayor control del Gobierno sobre nuestras vidas. Como no tenemos suficiente inteligencia financiera para resolver nuestros problemas económicos, esperamos que el Estado lo haga por nosotros. Así es como le entregamos nuestra libertad y nuestra responsabilidad. Lo hacemos porque creemos que no tenemos alternativa. Pero esta creencia es completamente falsa. Sí tenemos. Podemos crear otra manera de relacionarnos con el mercado laboral. Y esta posibilidad está cada vez más al alcance de todos.[iii]

Igual que tarde o temprano podemos emanciparnos emocionalmente de nuestros padres -aprendiendo a ser libres del mundo-, cada vez más personas estamos emancipándonos financieramente de las instituciones establecidas. Es decir, que estamos aprendiendo a ser libres en el mundo. Al ir comprendiendo las reglas del juego del dinero, administramos de forma más eficiente nuestros recursos económicos. Así es como cada vez gozamos de mayor independencia para estudiar y hacer lo que nos dicte el corazón, en vez de lo que se supone que hemos de estudiar y hacer para adaptarnos al orden económico establecido. Y al romper el molde de empleado y desarrollar el hemisferio derecho del cerebro, descubrimos la manera de emprender una profesión más útil, creativa y con sentido, que verdaderamente mejore la vida de otros seres humanos. De esta forma nos convertimos en «libre-emprendedores».

Este artículo es un extracto del libro “Qué harías si no tuvieras miedo”, publicado por Borja Vilaseca en abril de 2012.

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
[i] Información extraída del libro Incrementa tu coeficiente intelectual financiero, de Robert T. Kiyosaki.
[ii] Según el INE.
[iii] Información extraída del libro Padre rico, padre pobre, de Robert T. Kiyosaki.