Dejar de querer para empezar a amar

Por Borja Vilaseca

Todos los seres humanos desean ser queridos. Pero, ¿cuántos aman realmente? El verdadero amor actúa como un alquimista, convirtiendo el egoísmo en altruismo y transformando el sufrimiento en felicidad.

Tal vez sea por la intensidad del frío. O quizás por una simple cuestión de tradición. Pero lo cierto es que enero es el mes preferido por los españoles para reflexionar sobre cómo marchan sus vidas. Después del despilfarro y la resaca navideños, muchos se refugian en el calor de sus hogares para hacer balance y fijar los clásicos “propósitos de año nuevo”.

Dejar de fumar. Estudiar inglés. Perder peso. Trabajar menos. Ir al gimnasio… Éstas son algunas de las promesas más comunes que nos hacemos a nosotros mismos. Y dado lo difícil que nos parece cambiar de hábitos, damos por hecho que lo más importante es intentarlo. A malas, siempre podemos repetir el año que viene.

Paralelamente, un nuevo propósito está emergiendo en el corazón de cada vez más seres humanos. Se trata de una promesa bastante menos concreta y mucho más intangible. A diferencia de otras, no suele pronunciarse, pues consiste en una práctica pacífica y silenciosa. Es el mayor de los compromisos que podemos hacer con nosotros mismos. Y cumplirlo no requiere de consejos ni estudios. Y mucho menos de datos y cifras. Está por encima de cualquier otra meta. Ahora mismo, en este preciso momento, al menos una persona acaba de proponerse aprender a amar.

EL AMOR ES EL CAMINO
“Cuando el sabio señala la Luna, el necio mira el dedo.”
(Proverbio chino)

Que hemos venido a este mundo a aprender a amar es una verdad ancestral. Se descubrió antes de que comenzara la historia misma de la filosofía. Zoroastro (630 – 550 a. C.), Mahavira (599 – 527 a. C.), Lao Tsé (570 – 490 a. C.), Buda (560 – 480 a. C.), Confucio (551 – 479 a. C.), Sócrates (470 – 399 a. C.), Jesucristo (1 – 33 d. C.)… Todos los grandes sabios de la humanidad, cuyas enseñanzas dieron origen a las instituciones religiosas que conocemos hoy en día, dijeron esencialmente lo mismo: “Amar a los demás es el camino que lleva a los seres humanos a la felicidad”.

Aunque muchos otros han seguido predicando con su ejemplo sobre el poder transformador del amor, pasan los años, las décadas y los siglos, y la gran mayoría de seres humanos seguimos sin saber amar. Por eso la educación no lo enseña. Aprender a amar no entra en los planes de nuestro proceso de condicionamiento familiar, social, cultural, religioso, laboral, político y económico.

Como estudiantes nos hacen memorizar lo inimaginable. Luego nos preparan para ser profesionales productivos para el sistema. Pero se olvidan de lo más básico, de lo realmente esencial. Así es como entramos en el mundo: sin saber gestionar nuestra vida emocional. Y si bien el éxito no es la base de la felicidad, ésta sí es la base de cualquier éxito. Por el contrario, desde pequeños nos hacen creer que “el mundo está lleno de gente malvada”. Que “no hay que confiar en los desconocidos”. Que “lo importante es ocuparse de uno mismo e ir tirando”. Así, el miedo, la frustración y el resentimiento van pasándose de generación en generación, creando una cultura basada en la desconfianza, la resignación y la insatisfacción.

IR MÁS ALLÁ DEL CONDICIONAMIENTO
“No es signo de salud el estar bien adaptado a una sociedad enferma.”
(Jiddu Krishnamurti)

La perversión de la naturaleza humana ha llegado hasta tal punto que a lo largo de este proceso de condicionamiento también escuchamos que “la bondad es sinónimo de estupidez”, pues “uno siempre termina por arrepentirse de sus buenas acciones”. Y que “amarse a uno mismo” es una conducta “egoísta”, propia de un “narcisista”. De ahí que hablar acerca del “amor por el prójimo” suene “ridículo”, “cursi” e incluso “sectario”. O que solamos repetirnos expresiones como “piensa mal y acertarás” y “más vale malo conocido que bueno por conocer”.

Sean ciertas o no, todas estas creencias moldean nuestra percepción y comprensión del mundo, influyendo en nuestra forma de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos. Y no se trata de culpar a nadie ni a nada, sino de responsabilizarnos de nuestro proceso de cambio y crecimiento. Lo que está en juego es nuestra libertad para decidir quienes podemos ser. Y aquí no hay maestros, sólo espejos donde vernos reflejados. En última instancia, dejar de existir como orugas y empezar a vivir como mariposas es una transformación que sólo depende de cada uno de nosotros.

El reto consiste en cuestionar nuestras creencias, por más que atenten contra el núcleo de nuestra identidad. Somos mucho más de lo que creemos ser. Para comprobarlo, no nos queda más remedio que mirar en nuestro interior. De ahí que este aprendizaje surja como una iniciativa personal, un compromiso a largo plazo en el que la conquista del verdadero amor se convierte en el camino y la meta. Y no se trata de una moda pasajera. El autoconocimiento y el desarrollo personal son procesos cada vez más aceptados por la sociedad. Al haber tanta oferta y tratándose de un asunto tan íntimo y delicado, su utilidad dependerá de lo bien que sepamos elegir.

LOS ENEMIGOS DEL AMOR
“El amor es la ausencia de egocentrismo.”
(Erich Fromm)

Según las leyes de la evolución, todo empieza con el conocimiento (información veraz). Luego viene la comprensión (experiencia personal). Sólo así es posible aceptar (dejar de reaccionar negativamente frente a lo que sucede), para poder finalmente amar (dar lo mejor de nosotros en cada momento). Por el camino hemos de vencer a nuestro mayor enemigo: nosotros mismos (nuestro mecanismo de supervivencia emocional, más conocido como “ego”). Para lograrlo, es necesario ser sinceros (no autoengañarnos), humildes (reconocer nuestros errores), valientes (atrevernos a enmendarlos) y perseverantes (comprometernos con nuestro proceso de aprendizaje).

El miedo (a que nos hagan daño), el apego (de perder lo que tenemos) y la ira (de no conseguir lo que deseamos) nos esperan a la vuelta de la esquina. Y un poco más lejos se esconde nuestra ignorancia (el desconocimiento de nuestra verdadera naturaleza), la causa última de nuestro egoísmo (tendencia antinatural que corrompe la actitud y el comportamiento de los seres humanos), que es precisamente el que nos impide amar (o ser lo que somos en esencia).

Igual que no tenemos que hacer algo para ver –la vista surge como consecuencia natural de eliminar las obstrucciones del ojo–, no tenemos que hacer algo para amar. Tanto la vista como el amor son atributos naturales e inherentes a la condición humana. Nuestro esfuerzo consciente debe centrarse en eliminar todas las obstrucciones que nublan y distorsionan nuestra manera de pensar, sentir y ser, como el estrés, la negatividad, el victimismo, el deseo, el odio, la desconfianza, la vanidad, la envidia, la arrogancia, la preocupación, la gula, la intolerancia, la cobardía, la avaricia, la indolencia, el orgullo, el resentimiento, la impaciencia, la culpa, la tristeza, la expectativa…

DIFERENCIA ENTRE QUERER Y AMAR
“El amor es lo único que crece cuando se reparte.”
(Antoine de Saint-Exupery)

Todos los vicios de la mente son fruto de ver e interpretar de forma egocéntrica la realidad, una actitud impulsiva e inconsciente que nos impide aceptar lo que sucede tal como viene y a los demás tal como son. Ésta es la causa real de todo nuestro sufrimiento, que además nos encierra en un círculo vicioso muy peligroso. Con el tiempo, nuestras creencias van fortaleciéndose, determinando los patrones de conducta más reactivos de nuestra personalidad. Al destruir cualquier posibilidad de experimentar un bienestar duradero, nuestro propio malestar nos esclaviza. Para poder amar, primero hemos de albergar amor en nuestro corazón.

En este caso, el problema es en sí mismo la solución. Y lo primero que debemos saber es qué es el amor. No al que estamos tan acostumbrados, sino al de verdad. Porque una cosa es querer y otra muy distinta, amar. Querer es un acto egoísta; es desear algo que nos interesa, un medio para lograr un fin. Amar, en cambio, es un acto altruista, pues consiste en dar, siendo un fin en sí mismo. Queremos cuando sentimos una carencia. Amamos cuando experimentamos plenitud. Mientras querer es una actitud inconsciente, que nos orienta a aquello que está fuera de nuestro alcance, amar surge como consecuencia de un esfuerzo consciente, centrándonos en lo que sí depende de nosotros.

Cuando uno ama no culpa ni juzga ni critica ni se lamenta. El amor es comprender que todo el mundo –incluidos nosotros mismos– lo hacemos lo mejor que podemos en base a nuestro sistema de creencias y nuestro nivel de conciencia. De ahí que los que aman intenten dejar un poso de alegría, paz y buen humor en cada interacción con los demás, por muy breve que sea. Amar también es aceptar y apoyar a las personas más conflictivas, porque son precisamente las que más lo necesitan. Amar de verdad es sinónimo de profunda sabiduría, pues implica comprender que no existe la maldad, tan sólo ignorancia e inconsciencia. La paradoja es que el amor beneficia primeramente al que ama, no al amado. Así, el amor sana y revitaliza la mente y el corazón de quien lo genera. Por eso recibimos tanto cuando damos.

TODOS SOMOS UNO
“Creo que la verdad desarmada y el amor incondicional tendrán la última palabra.”
(Martin Luther King)

Para saber si hemos aprendido a amar, tan sólo hemos de echar un vistazo a nuestra forma de comportarnos con los demás. No en vano, la relación que mantenemos todas las personas que forman parte de nuestra vida es un reflejo de la relación que estamos cultivando con nosotros mismos. Como bellamente lo expresa el filósofo Darío Lostado: “Si no te amas tú, ¿quién te amará? Si no te amas a ti, ¿a quién amarás?”

Al darnos cuenta de que lo que le hacemos a los demás nos lo hacemos a nosotros mismos primero, tomamos conciencia de lo estrechamente unidos y conectados que estamos todos los seres humanos. No en vano, las etiquetas con las que subjetivamente describimos y dividimos la realidad son sólo eso, etiquetas. Y por muy útiles y necesarias que sean para poder manejarnos en el día a día, no deben separarnos de nuestra verdadera naturaleza: el amor incondicional.

Igual que los árboles ofrecen sus frutos cuando crecen y se desarrollan en óptimas condiciones, los seres humanos emanamos amor cuando nos liberamos de todas nuestras limitaciones mentales, recuperando el contacto con nuestra verdadera esencia. De ahí que si queremos saber cuál es la mejor actitud que podemos tomar en cada momento, tan sólo hemos de responder con nuestras palabras y acciones a la siguiente pregunta: ¿Qué haría el Amor frente a esta situación?

Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado domingo 18 de enero de 2009.

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