Por Borja Vilaseca

Según el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, existen tres formas muy diferentes de relacionarnos con la sociedad: camello, león y niño, cada una de las cuales representa un estadio evolutivo e implica un nivel de consciencia determinado.

En la sociedad contemporánea, llegar a ser uno mismo requiere grandes dosis de confianza y valentía. Es casi un acto revolucionario. Por lo general, la mayoría de seres humanos atravesamos un primer estadio evolutivo conocido con el nombre de «camello» u «oveja». Al no saber quiénes somos, nuestra forma de pensar y de comportarnos se asemeja mucho al del grupo social y cultural al que pertenecemos. No tenemos identidad propia. Vivimos tiranizados por el miedo y la inseguridad. Y nos infravaloramos. Debido a esta falta de autoestima, somos obedientes y sumisos, conformándonos con el modo de vivir establecido por el statu quo.

En este estadio evolutivo vivimos como esclavos que ignoran su esclavitud. Y ésta consiste en creer ciegamente en la manera en la que hemos sido adoctrinados. No cuestionamos las directrices que nos llegan desde afuera. Al comportarnos como camellos u ovejas seguimos al rebaño sin hacernos demasiadas preguntas. Nos adaptamos al canon impuesto por la mayoría. Anclados en la resignación, llevamos una existencia monótona y carente de sentido. En general nos dedicamos a trabajar, a consumir y a divertirnos. Y terminamos por acostumbrarnos a un estilo de vida que no nos satisface, pero que por lo menos nos permite ser aceptados como individuos normales por la sociedad.

En el camino que nos conduce al descubrimiento de nuestra verdadera esencia, el siguiente estadio evolutivo se conoce con el nombre de «león». De pronto nos permitimos sentir nuestro vacío interior. Y éste nos conecta con la necesidad y la inquietud de averiguar quiénes somos y cuál es nuestro lugar en el mundo. Y para lograrlo, rompemos las cadenas que nos atan al colectivo social y cultural en el que hemos sido educados. Lenta pero progresivamente vamos ganando confianza en nosotros mismos. Empezamos a despertar y nos damos cuenta de que no estamos viviendo nuestra propia vida, sino la que otros nos han dicho que teníamos que vivir. Ya no nos contentamos con llevar una existencia normal. Nos volvemos inconformistas, y este inconformismo nos motiva a buscar nuestra propia verdad.

ADOPTAR UNA POSTURA NEUTRAL
“No hay carga más pesada que un potencial que no se ha cumplido”
Charles Schulz

Al sentirnos inadaptados, no nos queda más remedio que aprender a disfrutar de la soledad. Así es como conectamos con la fuerza suficiente para rebelarnos contra las directrices que nos han sido inculcadas desde afuera, cuestionando los fundamentos sobre los que hemos construido nuestra existencia. Poco a poco vamos creando nuestra propia identidad. Pero al sentirnos inseguros, nos mostramos arrogantes, reaccionando contra los que piensan de manera diferente a nosotros. Esta es la razón por la que en el estadio de león solemos luchar y entrar en conflicto con los demás y con el mundo. De hecho, solemos estar en contra del sistema. Queremos un cambio y creemos que éste radica en cambiar la realidad externa. Si bien somos libres de la sociedad, todavía no hemos descubierto de qué manera encauzar esta libertad de forma útil y creativa.

De la misma forma que un péndulo se mece de un extremo a otro hasta quedar estático en un punto de equilibrio, los seres humanos también encontramos nuestro centro al alcanzar el estadio evolutivo conocido con el nombre de «niño». Al ser verdaderamente libres de nuestro condicionamiento, ya no seguimos las pautas marcadas por la mayoría, ni tampoco nos rebelamos contra ellas. De ahí que no seamos ni pro ni antisistema. Más bien adoptamos una postura neutral. En paralelo y como consecuencia de este proceso evolutivo, agradecemos la adversidad que ha formado parte de nuestra vida. Valoramos con más intensidad lo que tenemos. Y disfrutamos plenamente de nuestra existencia tal y como es. Así es como descubrimos que no hay mayor alegría que la que nos proporciona el simple hecho de estar vivos.

En el estadio de niño practicamos la atención plena, que nos permite vivir de forma consciente, responsable y constructiva. Y nos mostramos humildes, pacíficos y asertivos al interactuar con los demás. Al no estar apegados a nuestra identidad, respetamos todos los puntos de vista y aprendemos de cada persona y de cada circunstancia con la que nos encontramos. Al conocer nuestra verdadera esencia, somos felices por nosotros mismos. Confiamos plenamente en la vida y procuramos dar lo mejor de nosotros en cada momento. Al sentirnos conectados y unidos a la realidad, verificamos que el único cambio necesario es el nuestro, el cual se realiza por medio de la comprensión y la aceptación. Y que al cambiar nosotros, empieza a cambiar todo lo demás.

Este artículo es un extracto del libro “El sinsentido común”, publicado por Borja Vilaseca en septiembre de 2011.